Girasoles para Alba by Ana R. Vivo

Girasoles para Alba by Ana R. Vivo

autor:Ana R. Vivo [Vivo, Ana R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 13

Todavía no había conciliado el sueño cuando percibió un gran alboroto en las escaleras. Encendió la luz y miró el reloj, que sorprendentemente marcaba las tres de la madrugada. No pensaba que fuera tan tarde, se dijo, saliendo de la cama y tratando de escuchar al otro lado de la puerta, pero ya no se oía nada; aunque algo parecido a un llanto terminó de despertar a su naturaleza curiosa.

Se vistió con rapidez, unos vaqueros gastados y un jersey de punto que había conocido mejores tiempos, pero suficientes para permitirle enterarse de lo que ocurría. Cuando alcanzó el rellano, la casa se había sumido en un aplastante silencio. Descendió los escalones con cuidado, para que no la descubrieran y se asomó con cautela.

—No te quedes ahí mirando y ayúdame —le exigió Claudia con voz dura.

Angelo se apoyaba en su hermana para caminar y Marco lo sujetaba con dificultad por las axilas. Cuando el guardaespaldas se giró, Alba se cubrió la boca con las manos para no gritar, ya que los dos hombres mostraban un aspecto lamentable. Ambos estaban heridos.

Corrió para echarles una mano y llevaron a Angelo hasta el sofá donde le ayudaron a sentarse. Alguien les había dado una paliza. El menor de los Fabrizzi tenía el rostro inflamado, un corte sobre una ceja y un ojo amoratado.

—¡Oh! ¿Quién ha podido haceros algo así? —Se mordió los labios, alarmada.

Él abrió el ojo que no tenía hinchado y sonrió con una mueca de dolor.

—No te preocupes, no es nada.

—Atiende a Marco, tiene una herida en el muslo —le ordenó Claudia con voz controlada.

Al ver que el muchacho estaba a punto de desplomarse en el suelo, lo ayudó a llegar a uno de los sillones. Enseguida acudieron dos hombres, que al parecer tenían nociones de medicina, porque uno llevaba un maletín y comenzó a limpiar los cortes de Angelo, mientras que el otro le indicó a ella que presionara con un paño en la herida del guardaespaldas. Fueron minutos de gran tensión. Claudia y el otro empleado trasladaron a Angelo a su cuarto y ella ayudó al que daba las instrucciones. Vio como le practicaba un torniquete de urgencia y, en cuanto llegaron otros dos compañeros, lo sacaron en volandas del salón y se perdieron por una de las habitaciones del fondo.

Ella se quedó sin saber qué hacer en mitad del vestíbulo, con las manos manchadas por la sangre de Marco y unas ganas enormes de romper a llorar.

—Será mejor que tomemos tú y yo esa copa de la que hablabas en la cena. —La sorprendió la tranquila voz de Claudia desde las escaleras—. Ve al baño y lávate mientras sirvo algo fuerte.

Alba obedeció como una niña buena. Se frotó las manos con jabón hasta que no quedó ni rastro de sangre, se mojó la cara y la nuca para aliviar la angustia que le cortaba la respiración y se quedó mirando la extraña imagen de la mujer que le devolvía el espejo. Pálida, sudorosa. Con los ojos agrandados por el miedo.



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